Reformar el capitalismo

Esta crisis ha transformado el tablero de juego de la economía y ha situado a los peones políticos en posiciones inesperadas. Por un lado los adalides del neoliberalismo y de la autorregulación de los mercados, aquellos que tenían a Thatcher en la mesita de noche junto a un libro de Hayek, parecen haber comprendido que papá Estado tiene que sacar las castañas del fuego al sector privado a base de inyectar liquidez en la banca o nacionalizarla si fuese necesario. Por otra parte un sector de la izquierda defiende, bajo el epígrafe de “estímulos al crecimiento”, recetas neokeynesianas pasadas por el tamiz Krugman como la bajada de impuestos o el incremento del endeudamiento público, lo que supone de facto una transferencia de capital del Estado a manos privadas.

Bajo el debate entre austeridad y crecimiento que están protagonizando estos días Merkel y Hollande, se esconden realmente recetas que tan solo difieren en el grado y en el plazo. Ambos proponen controlar el déficit aplicando el Pacto de Estabilidad y Crecimiento que ellos mismos se saltaron en su día. Solo que mientras la teutona exige a sus socios europeos que el ajuste presupuestario se realice en el corto plazo, el francés propone que el objetivo de déficit del 3% se cumpla en el largo plazo, dejando así un respiro para poder inyectar gasolina en una economía gripada. Hay sin duda una base política en ambas propuestas pero sobre todo se trata de un debate técnico que pretende contestar a la pregunta del millón de euros: ¿cómo salvamos a la moneda única de la catástrofe?

Quienes defienden la receta alemana recuerdan el desastre que supuso la hiperinflación y el endeudamiento masivo en la República de Weimar que provocó una crisis económica y moral sin precedentes y el ascenso del nazismo. Y quienes sostienen la necesidad de estímulos al crecimiento recuerdan la experiencia de la Gran Depresión y las medidas keynesianas tomadas para salir de ella. Paul Krugman y Raghuram Rajan han protagonizado recientemente en la prensa económica este mismo debate en su vertiente más científica, a cuenta de la crisis en la eurozona. Y lo peor es que aunque la receta de la austeridad se ha mostrado ineficaz, además de inhumana, para conjurar los peligros de la eurozona, la del crecimiento tampoco garantiza el éxito si miramos a los problemas que atraviesa (de forma más discreta, eso si) la economía de EEUU. Algunos ya empiezan a hablar de la “burbuja de la deuda norteamericana” y de la posibilidad de un estallido catastrófico de la misma. Shiller y Roubini, dos de los pocos economistas que advirtieron del colapso del sistema financiero antes de que sucediera, han mostrado como austeridad y crecimiento presentan problemas de diversa índole a uno y otro lado del Atlántico.

El problema no es tanto que las medicinas sean ineficaces como que el paciente rechaza cualquier tipo de cura. Porque los mismos mercados que castigan a quien gasta lo que no tiene para estimular la economía, machacan a quien se muestra inflexible en el control del déficit por frenar las posibilidades de crecimiento. Zapatero vivió en sus carnes la doble cara de los mercados cuando empleó estímulos al crecimiento como el Plan E y también cuando aplicó los recortes draconianos que le exigían desde Alemania. En ambos casos la prima de riesgo se disparó y los mercados, financiados por cierto por el BCE, castigaron a España. Exactamente lo mismo que está ocurriendo con Rajoy y sus políticas de austeridad extrema.

Con un paciente tan inconsistente parece difícil decidir si hay que ponerle a dieta o darle de comer. Y resulta imposible olvidar aquella declaración de intenciones de “reformar el capitalismo” que dieron los líderes de Occidente al comienzo de la crisis. Porque aunque lo más urgente sea salvar la economía, es intolerable permitir que los Estados estén sometidos a los envites de unos mercados que solo ven números donde hay personas. Cuando el dilema económico es cómo calmar a los mercados, parece imprescindible reformar el capitalismo. Pero esta vez de verdad.

(Publicado en http://blogs.publico.es/xabel-vegas/)

Euro

La caja de Pandora

Los Estados del Bienestar occidentales han vivido atrapados en una tensión permanente entre estabilidad y transformación que se ha saldado siempre a favor de la primera. Las democracias liberales gustan poco de grandes cambios que pongan en riesgo la tan manida estabilidad institucional a la que los grandes partidos con vocación de gobierno suelen hacer referencia. En España esta situación resulta particularmente significativa por la juventud de nuestra democracia que, a pesar de serlo, se percibe como esclerotizada por una parte de los ciudadanos.  No es poco habitual escuchar a lideres de PP y PSOE  exigirse mutuamente “sentido de Estado” para referirse a la voluntad de preservar el statu quo. Pero la crisis económica en España parece haber tirado por la borda algunos de los pactos tácitos generados en la Transición y durante los primeros gobiernos socialistas sobre la necesidad de un amplio consenso para transformar cualquier aspecto fundamental de la joven democracia española.

Los primeros meses de gobierno conservador han puesto en cuestión aquellos acuerdos implícitos. Si de algo no se puede acusar a Rajoy es de inmovilismo. Ha emprendido en solitario la mayor reforma del Estado en todos sus aspectos de los últimos 30 años. Solo que en este caso se trata de una transformación regresiva que tiene como consecuencia, y tal vez como objetivo, un deterioro en las condiciones de vida de una parte muy significativa de la sociedad. Y por supuesto no hay mayoría absoluta que legitime tal cosa. La crisis económica aparece como un elemento justificador de unas reformas que se venden como coyunturales pero que estaban mucho antes de la crisis de Lehman Brothers en el mismísimo ADN de la derecha.

A medio y largo plazo el escenario es bastante desesperanzador. En el peor de los casos, y también el más probable, el deterioro del Estado del Bienestar será irreversible. al menos durante varias décadas. Y en el menos malo de los casos la estabilidad institucional podría dar paso a un periodo de reformas y contrarreformas según el signo político del gobierno de turno, como ocurriera en buena parte de la historia contemporánea de España; desde la época de las Cortes de Cádiz hasta la Guerra Civil.

Sería necesario, en todo caso, una mayor audacia de los socialdemócratas europeos. Por ahora las expectativas generadas por una virtual victoria de Hollande tienen más de fe que de ciencia. Pero sigue siendo nuestra última esperanza, aquella que se encuentra en el fondo de la caja de Pandora abierta por la crisis. Y en cualquiera de las hipótesis de futuro existe un peligro real: el ascenso del populismo. Los resultados de Marine Le Pen en las elecciones francesas tiene que ser vistos como una señal de alarma de lo que puede ocurrir en Europa. Si la vieja política ya no vale, bien sea por un retroceso muy significativo del Estado del Bienestar o por la inestabilidad que pudiera generar la alternancia de grandes reformas en uno y otro sentido, el saldo puede ser una victoria de quienes pescan en río revuelto con mensajes mesiánicos. Y resulta imposible no pensar en la Europa de hace ochenta años y en sus nefastas consecuencias.

(Publicado en http://blogs.publico.es/xabel-vegas/)

Pandora. Vasija