No tengo nada contra el arte político. Yo mismo en algún momento de mi vida he escrito canciones que pretendían poner el foco sobre algún asunto de la actualidad política y social. Creación y compromiso han ido de la mano en algunos de los momentos más complicados de la historia de la humanidad y nos han dejado testimonios valiosísimos, como mensajes en una botella que llegan a la playa tras la tempestad. Basta recordar los grabados de Goya sobre la Guerra de Independencia que dejaron constancia de las barbaridades que se cometieron en un conflicto bélico en el que se luchaba por la libertad y sin el cual la historia de España hubiera sido bien distinta a como ha sido. En la misma línea, casi siglo y medio más tarde, Picasso quiso dejar constancia de los horrores de la Guerra Civil española en su obra más conocida, el Guernica.
En la música popular han sido muchos los ejemplos de grandes compositores que han puesto sus canciones al servicio de una causa política. Empezando por Woody Guthrie, auténtico representante de una izquierda norteamericana nunca suficientemente reconocida. Guthrie llevaba escrito en su guitarra aquello de “Esta máquina mata fascistas”, una auténtica declaración de principios en vísperas de la siniestra era del macarthismo. Un camino similar transitó Pete Seeger, declarado comunista, que fue víctima de la caza de brujas a mediados de la década de los cincuenta. Bob Dylan, una generación más tarde y en plena Guerra del Vietnam, hizo de sus primeros discos verdaderos manifiestos antibelicistas que calaron hondo entre aquellos jóvenes que protestaban en la universidad de Berkeley.
Es indudable el valor humano y artístico de un nutrido grupo de cantautores latinoamericanos que lucharon contra las dictaduras militares de sus países y en algunos casos perdieron la vida por ello. Paradigmática es la figura de Víctor Jara, militante del Partido Comunista de Chile, que tras el golpe de Estado de Pinochet fue detenido, torturado y asesinado en el estadio deportivo que hoy lleva su nombre y que en su día fue el escenario de la brutal represión de la más odiosa dictadura militar de Latinoamérica.
En España el último antifranquismo nos dejó un puñado de cantautores que pusieron banda sonora a una lucha que estaba perdida de antemano. Lluis Llach, Joan Manuel Serrat, Raimon, Paco Ibáñez o Mikel Laboa son algunos de los nombres que habitaban en las estanterías de discos de los militantes de la izquierda antifranquista. Una vez completada la Transición surgió la llamada Movida Madrileña, que consideraba rancios a aquellos cantautores y abogaba por una mirada frívola sobre la realidad y no comprometida más allá de lo estético. Tan solo el rock radical, particularmente en Euskadi, mantuvo una vocación explícita de unir música con compromiso político y social.
El surgimiento de la escena musical independiente en los años noventa, que coincidió con el despegue económico español, no cambió mucho el panorama y los grupos indies huían de cualquier posicionamiento político. Era la famosa Generación X que, más allá de los tópicos creados por los mass media, se trataba de una juventud particularmente descreída y escéptica acerca de cualquier posibilidad de transformación social. De algún modo el Fin de la Historia de Francis Fukuyama había triunfado en las mentalidades de la época creando una ilusión de estabilidad económica y política en las democracias liberales de Occidente.
Pero la crisis ha vuelto a poner patas arriba todo aquello. Y la desastrosa situación política y económica que vivimos en España ha puesto de moda, una vez más, la canción protesta. Desde superventas como Amaral hasta iconos de la música independiente, todos se apuntan a las letras con referencias, cuanto más explícitas mejor, al clima social o a las tragedias humanas que ha dejado la crisis y particularmente la gestión que de ella han hecho los gobiernos.
No deja de parecerme positivo que los músicos, incluso aquellos que antes se burlaban en sus letras de cualquier compromiso político, incluyan en sus textos referencias a la realidad que nos está tocando vivir. Nunca es tarde para adquirir conciencia o para desear remover las conciencias ajenas. Pero el compromiso político sin reflexión no solo es vacío sino que puede llegar a resultar peligroso.
Vivimos en una época donde los tópicos, las generalizaciones y las consignas panfletarias están de moda y se han visto prestigiadas para una parte importante de la sociedad. No hay hijo de vecino que no eche pestes contra la famosa “clase política” y sugiera de paso que los representantes públicos merecen el peor de los males que nos podamos imaginar. Resulta mucho más popular decir que todos los políticos son unos cabrones que tratar de matizar las cosas explicando que no todos son iguales y que además son los ciudadanos quienes los eligen y quienes, por tanto, son corresponsables de las políticas que aquellos practican.
Una canción de pop que no suele durar mucho más de tres minutos difícilmente puede ser un buen soporte para la reflexión, el análisis o la crítica matizada y cargada de argumentos. Muy al contrario el pop, como lenguaje, es más bien el soporte de la consigna, de la frase pegadiza e ingeniosa que se clava en la memoria y en el corazón sin necesidad de pasar antes por el cerebro. Algo parecido, por cierto, a aquello en lo que se ha convertido la red social Twitter: una auténtica competición para ver quien es más ingenioso en 140 caracteres. Y como ejercicio ocioso resulta divertido pero difícilmente puede ser soporte para una verdadera reflexión de calidad.
El peligro de lo que casi podemos denominar “nueva canción protesta” es precisamente ese: caer en la consigna fácil, en aquello que todo el mundo quiere oír para saciar sus instintos más primarios dirigidos contra policías, banqueros y sobre todo políticos, pero nunca contra nosotros mismos que no solo somos responsables de dejar hacer sino también de legitimar aquello que se hace mal. La nueva canción protesta no mueve a la acción sino que simplemente alimenta el odio a quienes consideramos culpables de la crisis y sus efectos. Y al contrario que la vieja canción protesta, esta nueva versión de la música presuntamente comprometida no solo no va a contracorriente sino que se apunta al pensamiento mainstream, populista y facilón. No hay nada de subversivo en decir aquello que todo el mundo quiere oír. Subversivo, por el contrario, es oponerse al pensamiento dominante como efectivamente hicieron Seeger o Guthrie, dos declarados comunistas en los Estados Unidos del comienzo de la Guerra Fría.
En una sola sentencia que Platón, en uno de sus diálogos, pone en boca de Sócrates, el filósofo griego resume a la perfección lo que debería ser el verdadero mandamiento del arte comprometido: lo bello es difícil. La nueva canción protesta, por el contrario, recurre a aquello que resulta más fácil: ellos victimarios sin escrúpulos, nosotros víctimas sin culpa. Se trata de la versión pop del pensamiento populista. Y el problema es que el populismo lo soporta todo y en sus discursos caben desde el “todos los políticos son iguales” a “los inmigrantes nos quitan el trabajo”. Maneja un material peligroso e inflamable y algunas de sus consignas pueden ser adoptadas por un pensamiento de extrema izquierda tanto como por uno de extrema derecha. Se trata de sentencias comodín, de esas que sirven más para satisfacer el ansia de uno mismo de sentirse combativo que para decir algo verdaderamente importante sobre la realidad que nos rodea.
El pop-rock, a diferencia de otras disciplinas artísticas, carece de un corpus teórico que sustente la creación en el pensamiento. Las artes plásticas, por el contrario, han producido una ingente cantidad de literatura (excesiva, en ocasiones) que trata de reflexionar sobre el papel del creador y su obra. Quizás por esa ausencia de teoría del pop-rock, los músicos nunca hemos sido excesivamente autocríticos sobre la disciplina en la que trabajamos. No hay una verdadera reflexión acerca de lo que se hace, cómo se hace y por qué se hace. Y eso nos lleva en demasiadas ocasiones a caer en lugares comunes, más aun cuando pretendemos mostrar al mundo lo comprometidos que somos a través de nuestras letras.
Pero la realidad es que no hay arte comprometido sino artista comprometido. Y hoy, cuando está de moda protestar, quejarse y maldecir a la clase política, muchos de aquellos que antes cantaban cosas tan dudosamente subversivas como “sin ti no soy nada”, hoy se apuntan a la moda de nutrir el pensamiento dominante a base de consignas en bruto en las que cualquier atisbo de pensamiento crítico queda automáticamente silenciado. El arte panfletario siempre ha sido un arte devaluado, al servicio de la consigna. Y cuando además esa consigna no transmite un discurso incómodo sino que reproduce aquello que la masa piensa y quiere escuchar, resulta dudosamente comprometido. Pero sobre todo, y esto es lo peor que se puede decir de una obra de arte, resulta prescindible.
Totalmente de acuerdo. Salvo honrosas excepciones la canción sigue siendo un género frívolo en este país.
Esta canción pierde mucho sin el vídeo…
Muy acertado, enhorabuena. Sólo, en mi opinión, puntualizaría un par de cosas. La primera, es que siempre es mejor que un grupo con con el éxito de Amaral se comprometa socialmente a que no lo haga. El mensaje es pobre, efectivamente, pero tampoco cuando hablaban sobre el amor su discurso era demasiado complejo. Su estilo y su forma de hacer canciones es la que es, pero es mejor eso que permanecer impasibles ante el panorama. Ya lo filtrará el público según su propio listón de calidad.
Y la segunda, es que sí que existen muchos grupos dentro de la música independiente que llevan haciéndolo muchos años (y además muy bien). Véase por ejemplo El séptimo continente de Rufus T. Firefly. Pero claro, no son tan famosos..
Un saludo.
Pues a mí hay una cosa que no me queda nada clara pese a haber seguido este debate también en tu Facebook. ¿Consideras que Nacho Vegas es un icono indie? Es que si dices que esto no va solamente por Amaral, e insistes en ello, pero no te mojas dando nombres parece que quieras decir algo y que no te atrevas. Además, no contestas a nadie de los que lo preguntan veladamente. Estaría bien que a mí que te lo pregunto sin rodeos me contestaras, aunque no sé…
Pues no, no me contestas. El que calla otorga.
Estoy con Laura, no entiendo bien a quién te refieres. Amaral ha tratado temas como la mendicidad infantil (Rosita) en su primer disco, canciones como El día en que Allen Ginsberg murió, «Salir corriendo» sobre la violencia de género, o Revolución que debe tener más de diez años y otras muchas en Hacia lo Salvaje A mí no he ha extrañado el espíritu de esta canción (el vídeo sí, claro, te deja boquiabierta, para bien). No sé, no me atrevería a decir que se han apuntado al carro de la protesta vista su trayectoria. Más allá de eso, yo creo que tal y como está el patio, es lo que sale, y no creo que estemos aquí para juzgar quien lo hace con honestidad o quién para vender discos.
Nunca me ha gustado especialmente Amaral, otro grupo pop con una chica mona, aunque no lo asocio a la canción protesta; he de decir que de hecho no conozco la canción. Pero criticar que los tres minutos o poco más que dura una canción o los limitados caracteres de twitter no dan para un profundo análisis político o filosófico y hacerlo redactando trece pobres párrafos que lo único que muestran es cuanto sabe el autor y lo que él considera que es una representación de la política en el arte me parece no solo pretencioso sino fatuo. Sin hacer un análisis exhaustivo, no creo que sea el momento ni el lugar, en qué quedamos ¿dan tres o cuatro minutos para expresar el activismo y la filosofía profundos o no dan? ¿o depende de quién firme o quién entone? Más bien me parece que el tal Xabel nunca ha vendido como Amaral, aunque le hubiera gustado. Suerte, que aún hay tiempo.
De acuerdo en general, pero me gustaría matizar lo de “chica mona”, ya que canciones como revolución pueden parecer banales (según a quien) pero no pijas precisamente!