¿Qué tiene Siria que no tenga Libia?

La intervención de la OTAN en Libia ha llegado a un punto muerto. Si el objetivo era impedir los bombardeos y la masacre de la población civil, los sucesos de los últimos días en Misrata demuestran el fracaso de la operación militar. Los países aliados saben que solo eliminando a Gadafi, ya sea con su muerte o con su exilio, la balanza se inclinaría hacia los rebeldes y se podría vislumbrar una salida a la crisis. Pero ni el mandato de la ONU lo permite ni EEUU quiere enfangarse aun más en una guerra que ha emprendido a regañadientes. Obama ha anunciado una ayuda de 25 millones de dólares a los rebeldes. Pero ha puntualizado que la aportación se hará en forma de material médico y equipamiento y no incluirá ningún tipo de armamento ni dinero en efectivo para comprarlo en el mercado negro. No sabemos, no obstante, si los aliados están armando a los rebeldes por medios no publicitados. Mientras tanto la guerra civil está a punto de perpetuarse y de convertir a Libia en un verdadero estado fallido.

Después de Túnez, Egipto y Libia, parece que Siria es el siguiente en la lista de las revoluciones árabes. El régimen de Bashar al-Assad, liderado por la minoría chií alauí, está ejerciendo una terrible represión contra las manifestaciones que día tras día se celebran en el país. Y en nada tiene que envidiar a la que ejerció Gadafi al inicio del conflicto Libio. Son ya medio millar los muertos en las protestas y los detenidos se cuentan por miles. Y ayer mismo el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas fue incapaz de consensuar una resolución de condena al régimen de Damasco.

La pregunta que surge de todo este asunto es ¿que tiene Siria que no tenga Libia? ¿Será la comunidad internacional capaz de actuar en Siria como lo han hecho en Libia? Una intervención militar de la OTAN en Siria sería mucho más delicada. Porque la región es una de las más calientes del planeta, y Siria limita al Sur con Israel. Abrir la espita del conflicto árabe-israelí puede tener consecuencias desconocidas para la comunidad internacional. Y por si fuera poco la presencia del islamismo radical en la oposición siria parece ser importante.

La mayoría de los altos cargos del régimen de Bashar al-Assad pertenecen a la minoría chií en un país donde la inmensa mayoría de la población en suní. Son aquellos protegidos del colonialismo francés que una vez lograda la independencia del país se refugiaron en el ejercito para acabar controlando todas las instituciones sirias e instaurar una dictadura militar de corte baazista. El papel que pueda jugar Irán parece también decisivo en el conflicto. Y algunas informaciones ya apuntan en la dirección de que el régimen de los ayatolas está prestando ayuda a Bashar al-Assad para reprimir las revueltas. Enfrentarse a Siria es, en definitiva, abrir un panorama lleno de incertidumbres que previsible puede convertirse en una guerra con muchos frentes abiertos y varios países en liza.

La comunidad internacional no puede callar ante las masacres del régimen de Damasco. La opinión pública tiene los ojos puestos en las revoluciones árabes y en la respuesta de Europa y Estados Unidos. Y su pasividad ante lo que ocurre en Siria, en contraste con la intervención en Libia, sería incomprensible. Occidente debe impedir que Bashar al-Assad siga reprimiendo manifestaciones y protestas ametrallando a la gente que participa en ellas. Pero en esta ocasión debe hacerse con la mayor inteligencia (en todos los sentidos) para no provocar un conflicto aun mayor del que se pretende sofocar. Las campañas aéreas a las que suele recurrir EEUU les permiten evitar la imagen de soldados volviendo a sus casas en cajas de pino pero casi nunca solucionan los conflictos y en ocasiones generan nuevas situaciones aun más sangrientas. El caso de Afganistán es paradigmático en este sentido. Si el régimen sirio sigue cometiendo atropellos a los derechos más elementales será necesario actuar. Pero tendrá que hacerse de forma más sutil y diplomática de lo que se ha hecho hasta ahora en otras zonas del planeta.